No incites a los muertos en tu contra
Es inútil decirte que no pude dormir ni un solo momento; el menor ruido, el toque de las horas, el crujir de un mueble o el paso de un ratón, todo esto me producía sudores fríos y sobresaltos, a pesar de cuanto razonamiento juicioso me hacía.
Bernardo Couto Castillo, fragmente del cuento “Una obsesión”.
Por Nancy González Flores
Siempre escuchaba supersticiosos cuentos sobre fantasmas, apariciones y espectros, narrados por la abuela quien nos asilaba a mis primos y a mí durante cada fin de semana.
Noche tras noche una vez después de la cena era todo un ritual sentarnos en el alfombrado piso de la sala, frente al tumultuoso equipal de piel color chocolate donde le escuchábamos relatar sobre hechos fantasmagóricos, sirviéndoles como espectadores mis primos quienes le contemplaban atentamente; en cada palabra, gesto, ademan o indicación gráfica que hacía con sus manos.
Mi escepticismo por excelencia era más que evidente para la vieja por lo que en cada intervención de mal gusto que hiciera, ella esbozaba una estirada sonrisa de sus apretados delgados y arrugados labios mostrando disgusto.
Una vez concluida la escalofriante velada, esa ocasión arremetí diciéndole que cada historia antes contada eran más que falacias. Eso definitivamente fue la gota que derramó el vaso para la anciana. Enfurecida, con la mano empuñada me amenazó con su huesudo dedo, diciendo: --- ¡espero que Dios no te vaya a castigar por incitar a los muertos!---
Burlescamente solté una carcajada y le di un beso de buenas noches en la mejilla a manera de “son de paz”. Entré a mi habitación designada y me acosté al cabo de unos momentos sentí mis brazos totalmente inertes y tirantes no respondían bajo ninguna forma racional, era una clase de estado cataléptico, (ya que mi estado mental era más que lúcido) mientras que una fuerza invisible lleno de enojo y violencia me tomaban del cuello para estrangularme, instantes seguidos comencé a visualizar un rostro mutilado totalmente desfigurado, su mirada era aterradora existía una ardiente intensidad en sus ojos, quedé atónito.
Mientras experimentaba el frío más intenso y palpable que llegaba hasta los huesos se desvaneció cuando mi abuela entró a la recamara por unas costuras olvidadas en la cómoda, al encender la luz me encontró pálido como un espectro sin energía ni calor en el cuerpo completamente estupefacto, mi abuela solo sonrió y sin decir nada se apartó cerrando la puerta, mientras que en mí cambió toda perspectiva de mí mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario