El misterioso caso de la casa embrujada
“Por impulso de protección, me llevé mis manos al pecho descubriendo la verdadera posición del desdichado libro. Transcurrieron segundos eternos desde ese instante ya que pasaron miles de cosas por mi mente, una de ellas fueron las palabras de Andrés mi compañeros de cuarto, sobre aquella vez que había tratado de compartir lo que sabía sobre los extraños acontecimientos de aquel lugar que por ignorancia preferí juzgarlo loco orate”.
“En ese momento algo comenzó a caminarme sobre el abdomen, mientras que a su vez en el muslo y dos más en la pierna izquierda. Con el poco valor que sentía me armé de fuerza para ver lo inconcebible… ¡para mi sorpresa! se trataban de cuatro figurillas de bebés en porcelana (muy flexibles) con un aproximado de 15 centímetros de diámetro de pequeños ojitos rasgados, mismos que se deslizaban gateando lentamente por mi cuerpo”.
“Quedé completamente inmóvil de la misma impresión. Nunca antes había sentido la quijada tan pesada y la lengua entumecida, impidiendo emitir sonido alguno por más que intentara gritar. Cuando tuve a los cuatro maléficos seres en el pectoral, en mi mente comencé a rezar con mucha devoción, no correctamente ya que del mismo pánico y terror olvidé cada uno de los rezos establecidos por la religión, pero a duras penas recitaba algunos fragmentos del padre nuestro”.
“Poco a poco fui recobrando la movilidad y con mis dos codos me impulse sobre las coderas del sofá para enderezarme y derribar aquellas cosas sobrehumanas que se resistían a marcharse de mi presencia. Cuando escuché unos chasquidos de llaves que provenían del cancel que daba al pórtico, mi corazón se alegró vigorosamente y comencé aclamar a los cielos para que entrara inmediatamente quien fuere y acudiera a mi auxilio ya que no dejaba la estática postura, mientras que en mi interior gritaba desgarradoramente;
¡Ayudaaaaa por favor, auxiliooooo, socorrooooo! —
“Pero lejanamente escuchaba los lentos y cortos pasos cansados acercándose a la puerta principal. Cerré nuevamente los ojos y apretándolos comencé a implorarle a Dios que acabara con ese suplicio porque no lo soportaría más. Y entonces sentí el toque de una mano que me mecía del brazo”.
“Se trataba de mi compañero de cuarto que había regresado a dormir a casa, ya que su equipo de trabajo terminó tempranamente su exposición de parcial y no había habido necesidad de quedarse. De lo mismo transparente y sudoroso que me encontró, preguntó:
¿Estás bien hermano, te sientes mal de algo, que necesitas, pero háblame por favor? —
“Mientras desorbitadamente buscaba a mí alrededor a los amenazantes seres, los cuales habían desaparecido de la misma forma de su manifestación. Agitadamente respondí (tartamudeando) asintiendo con la cabeza:
Tenías razón sobre lo que me dijiste, comprendo porque siempre se desocupa esta casa —
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