martes, 12 de marzo de 2013

Nancy Jazmín González Flores

Los muertos reclaman sus posesiones

Tradicionalmente mí familia y yo efectuamos travesía a tierras Michoacanas con la finalidad de honrar el día 2 de Noviembre a casa de familiares residentes del lugar. Durante esa conmemoración fue sumado al altar de muertos, la foto resiente de uno de los primos integrante de ese hogar. Quién bajo condiciones trágicas había perdido la vida a principio de año.
Poco antes de finalizar la cena y recordar anécdotas sobre buenos tiempos recibidos de los ausente, surgió el comentario de uno de los parientes, (hermano del fallecido), acerca de los últimos inexplicables eventos ocurridos desde su defunción. Un incómodo silencio se suscitó  a manera de respeto y desconcierto entre los presentes.
Seguido de ello, las habitaciones fueron asignadas por medio de un sorteo. Donde fui acreedora del cuarto que una vez perteneció al difunto familiar. Me comporté madura no despreciando el espacio disponible que me otorgaban los anfitriones, así que entré a la recámara descubriéndola muy bien ordenada y limpia, tal como  él la mantenía en vida.
Era como si el tiempo no hubiera transcurrido por ella.  Apagué la lámpara para disponerme a dormir, hasta que unos agudos rechinidos del piso de madera me lo impidieron. Rápidamente me puse de pie tras la puerta, mientras escuchaba los torpes y pronunciados pasos que avanzaban por el pasillo, acercándose cada vez más. Aguardé ansiosamente hasta que éstos se detuvieron y abrí súbitamente la puerta saliendo al encuentro de nada, no había nadie a fuera.
Turbada y a paso veloz regresé a la cama. Cerré por segunda vez los ojos, cuando noté el peculiar hundimiento del lado izquierdo del colchón, era como si alguien se encontrara postrado a un costado mío (pero sin estarlo físicamente). Seguido de una corriente fría recorriendo por debajo de las sabanas, que consiguió erizarme los bellos de la piel, y colapsar cada tendón muscular cómo nunca antes sentido.
 Al intentar incorporarme, una fuerza sobrenatural me privó (de la intención) debido a que me inmovilizó inexplicablemente por unos agonizantes minutos. Toda lucha era en vano, mientras mis gritos se ahogaban atrapados por la tráquea, contrayendo laringe, bronquios y mandíbula. Una vez sintiéndome indefensa comencé a implorar en silencio, e inclusive recalcaba el nombre de mí primo para que no me hiciera daño en dado caso de ser él.
Al sentir de nueva cuenta la movilidad, arrebatadamente me senté y salí despavoridamente a la habitación continua, nada ni nadie me haría regresar. Con ésta experiencia comprendí que todos nos encontramos rodeados por seres incoloros y poderosos, quienes sin percibirles físicamente, se encuentran cerca y conviviendo en silencio junto a cada uno de nosotros.

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